Por: Carlos Mario Jiménez


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Venezolanos en Valledupar: entre ángeles ‘verdes’ y el precio de un error

15 octubre, 2019

En el Cesar, 14.851 tienen Permiso Especial de Permanencia, la mayoría de ellos en su capital Valledupar, con 9.721 registros según Migración Colombia.

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A los alrededores de la Terminal del Transporte de Valledupar existen unos tres puntos más con el mismo panorama, algunos con cambuches o casuchas hechas con tablas, calcomanías de propaganda política y techos de zinc.


Última actualización noviembre 24, 2019 a las 03:41 pm

“Hola, buenas noches, ¿cómo están?”. Fue el saludo del sargento José Rojas, justo cuando lo esperaban niños, jóvenes y adultos debajo de una carpa roja; todos refugiados de las gotas de un sereno nocturno en Valledupar.

Incontrolable tráfico, pitos por todas partes. vendedores ambulantes y un olor a peligro previsible en un sector de la Terminal de Transportes, que luce sin iluminación y mucho desorden. Allí, por obligación, se reúnen significativos grupos de familias, mujeres ofreciendo placer sexual a cambio de dinero, niños acercándose a vehículos para pedir limosnas, jíbaros con drogas a dos manos y hasta transexuales, separados por solo unos metros.

Tres sillas, tanques viejos para recoger agua y colchonetas tiradas sobre la terraza de un negocio de lubricantes para vehículos, son el refugio para Orlando Salazar y los más de 40 ciudadanos de nacionalidad venezolana, quienes pasan día y noche tras noche sobre la carrera 18D # 43-56 del barrio Simón Bolívar.

En menos de dos metros yacen más de 10 improvisadas camas. Envueltos como paquetes de ferretería, mujeres embarazadas, madres con recién nacidos en brazos, esposos, padres e hijos, pasan noche tras noche en la capital del Cesar, esperando que un ‘ángel’ llegué a brindarles custodia.

Estos ciudadanos venezolanos son algunos de los aproximadamente 40.000 con asiento en el Cesar, de ellos, al menos 27.000 residen en Valledupar de manera legal e ilegal, según Migración Colombia, que calcula solamente hasta 1 de agosto, la presencia de 1.408.055 inmigrantes venezolanos en Colombia, un aumento del 11 % referente al primer trimestre de 2019.

Orlando, líder de los 42 reunidos en la avenida Simón Bolívar, llegó hace dos años desde el Estado Falcón y hoy, gracias al dueño del local donde duermen sobre su terraza, lava carros junto a otros compatriotas.

“Yo vine aquí por la situación que todos escuchan y conocen, porque se volvió una tortura trabajar en Venezuela. Tenía tres carros, en el transporte público, y eso no da ya para sostener a una familia de cinco hijos, una esposa y un padre”, dijo el líder de Jefferson, Oriani, Wilmary, Oriana y Wendy, sus cinco primogénitos.

Explicó que en el día se reúnen debajo de la sombra de un árbol de níspero, tienden la ropa, se bañan improvisadamente con baldes, una cortina y un centinela durante la jornada matutina: algunas veces los sorprenden amigos caritativos con desayunos y otras veces los controles migratorios en la región.

En el día, si quieren dormir bajo techo, solo hasta tres personas, el alquiler de una pieza les cuesta $15.000, unos cuatro dólares.

“Lo único que tenemos por hacer son trabajos informales, prostitución o pedir en semáforos. Alquilar una pieza cuesta $15.000 y máximo dejan ingresar a tres personas, nosotros somos siete, por lo mínimo dos que ya serían $30.000, sumando a la comida, los gastos son interminables diariamente y la verdad no nos alcanza para subsistir” declaró Orlando Salazar.

A los alrededores de la Terminal del Transporte de Valledupar existen unos tres puntos más con el mismo panorama, algunos con cambuches o casuchas hechas con tablas, vinilos de propaganda política y techos de zinc. Los habitantes, en su mayoría ilegales.

Un ‘ángel’ vestido de verde

Desde el 3 de diciembre de 2018, José Rojas acudió a ayudar a los inmigrantes venezolanos en Valledupar. La iniciativa denominada “Despertar con nuestros hermanos venezolanos” aparecía los jueves de cada semana y permitía a las personas gozar de un desayuno y culto con el pastor de turno.

“Esto comenzamos a hacerlo con mi esposa, los jueves muy temprano y los domingos hacíamos la invitación hasta la iglesia. Tratamos siempre de buscar donaciones de amigos y personas con buen corazón”, dijo Rojas, un sargento adscrito actualmente a la Policía Nacional del Cesar.

Entre esos donantes apareció Jean Carlos Rojas, quien aceptó ser voluntario y entregar alimentos a los venezolanos en la avenida Simón Bolívar.

“Siempre invitamos a quienes quieran sumarse a que nos acompañen, es mejor con nosotros porque hay orden, no tienen problemas y mucho menos inseguridad que es el temor de muchos. Aquí recorremos distintos puntos, encontramos los mismos problemas y lo único que tratamos de hacer es solucionar hasta donde podemos”, rescata el uniformado.

Entre los habitantes hay administradores de empresas como Yoimar David González Fonseca, a quien no le tocó otra suerte sino vender pinchos en las calles, con tal de mantener a su esposa Ana Fernández y sus tres hijos.

Consecuencias públicas

El problema de la migración venezolana es altamente lesivo para las finanzas del sector público en el Cesar. La red hospitalaria reporta deudas por más de $20.000 millones.

Fallos judiciales, según anunció el secretario de Salud Departamental, Jorge Juan Orozco, protegen la integridad de las personas y eso ha obligado a cumplir con unos 25 fallos de tutela en favor de pacientes con nacionalidad de Venezuela.

Solo en urgencias, que básicamente es el servicio prestado de manera obligatoria a los venezolanos, en el primer semestre de 2019, llegó a 3.300 casos, de ellos 1.208 mujeres fueron atendidas en el área de maternidad, 600 de ellas con la patología de embarazos de alto riesgo, dijo Armando Almeira Quiroz, gerente del Hospital Rosario Pumarejo de López.

Hoy, miles de ciudadanos con nacionalidad venezolana prefieren salir de su territorio y no tener que doblegarse ante el gobierno de Nicolás Maduro, que es simplemente la ficha de un rompecabezas que Hugo Chávez Frías tejió a la perfección para comodidad de su organigrama político, donde no cabe la democracia.

Como ellos, muchos convergen en distintos puntos de la ciudad, como regularmente pasa en las grandes ciudades del país; sin importar condiciones, simplemente esperan un destino que les permita sonreír al final de la jornada.