20 abril, 2019
Todo lo nuevo es bienvenido siempre, todo lo renovado casi siempre será más bonito, pero más allá de algo estético o artístico, la sensación mía es interna, es de haber perdido algo que está en tu subconsciente que aunque podría ser obsoleto o antiguo para muchos, era lo que tú querías y deseabas seguir teniendo.
Última actualización abril 20, 2019 a las 03:01 pm
Visité la nueva plaza Alfonso López para poder tener un concepto personal de lo que muchos agradecen y otros critican, pero debo decir que aunque fui con el mayor deseo de que me gustase no fue así, mientras más la recorría menos me gustaba y mi sensación fue como la de haber perdido algo.
Sin querer ser sentimental o exagerado con esta apreciación, sentí la obligación de tener que acostumbrarme a todo eso nuevo que estaba viendo, sentí que perdí mi historia vivida en la niñez, adolescencia y adultez en esa plaza, sentí que a partir de ahora se empezará a contar una historia diferente a la que vivimos los vallenatos con pensamientos anclados en ese pasado, ya que la sensación es como haberle echado mármol a esa cancha de fútbol donde jugaste de niño y como haber pintado esa “paredilla” en obra negra a donde se caía el balón cuando alguno lo pateaba muy duro: todo lo nuevo es bienvenido siempre, todo lo renovado casi siempre será más bonito, pero más allá de algo estético o artístico la sensación mía es interna, es de haber perdido algo que está en tu subconsciente que aunque podría ser obsoleto o antiguo para muchos, era lo que tú querías y deseabas seguir teniendo para muy seguramente ufanarme de historiador ante mis hijos o alguno que otro muchacho al que quisieras contarle todo aquello que pasó y viví en la plaza Alfonso López.
Como les digo, caminé la plaza con el mayor deseo de enamorarme de ella, de tomarme una bonita foto para montarla en mis redes sociales y proyectar a mi ciudad turísticamente como siempre lo hago, pero lastimosamente no fue así; en las primeras fotos quise echarle la culpa de que no me gustasen al sol canicular que hacía, pasé por la puerta de la casa de los Molina y seguía sin encontrar el ángulo perfecto para mostrar, me fui entonces a la sombra debajo de la tarima y tampoco salía esa foto con la cual hacerle un homenaje a la “nueva” plaza, así que me frustré al no poder tener mi buena foto. Me había vestido para lo ocasión pero no conseguí mi objetivo, fue entonces cuando la realidad de la plaza misma empezó a darme las respuestas y la coherencia a mostrarme lo que estaba sintiendo y no quería aceptar, empecé a ver sus imperfectos. Lo primero es todo ese mármol sucio que aducía podría ser por la masa de gente que había pasado por culpa de las festividades de Semana Santa, pero al caminar empecé a ver piezas del suelo ya rotas con solo pocos días (siete) de inaugurada, un hidrante hundido hasta medio cuerpo y sacado a flote de una manera propia de algún “chambón” que no previó en los más de 10 mil millones que costó la plaza alguna solución para ello, llegué al monumento de La Revolución en Marcha y como me hacía falta su fondo, ese mural de Piedrahita que es como un fantasma que vive entre todos aquellos que sufrimos su ausencia, veía en el centro de la plaza la asimetría de su suelo que espero al llover no se vuelva en la gran piscina pública, recorrí la parte trasera de la tarima y veía a los niños jugar con su nueva atracción de agua y luces de una manera que nunca había visto en otra ciudad con este mismo invento: ojalá sea duradera esta atracción dándole ese uso. Seguí hasta la tarima y ahí recorriendo los pasillos mi memoria recordó los años cuando acompañaba a mi papá a los festivales como su asistente siendo un niño, con un maletincito donde le llevaba la grabadora, una libreta de apuntes y un tarro de miel de abejas para su voz mientras el presentaba el Festival Vallenato y entrevistaba a los protagonistas del mismo; volví también después de muchos años a la zona donde nos socorríamos cuando el fallo del jurado no era el que quería el pueblo en ese Festival, que era la antigua Oficina de Turismo ubicada en los sótanos de la tarima y pasó lo mismo, la emoción simplemente de disfrazó de recuerdo.
Ese día los transeúntes se tomaban fotos conmigo como si fuese un atractivo más de la “nueva” plaza y sentí que con estar presente allí estaba avalando todo lo que habían hecho con la plaza, así que con esa sensación me salí de la plaza, a la que muy seguramente volveré pero ya sin la misma emotividad de antes y sin el mismo sentido de pertenencia. Me comí un dulce que muy amablemente me ofrecieron las dulceras de la Semana Santa y creo que lo comí, sobre todo, para quitarme el sabor amargo que me produjo por primera vez ir a la plaza Alfonso López de Valledupar.
Por Heráldico Pérez – @aco_perez