25 marzo, 2020
Por las calles de Valledupar desfilan vendedores, comerciantes, prestamistas, policías, vehículos y hasta mendigos. ¿Conocerán lo grave de enfrentar un contagio masivo de COVID-19?
Última actualización marzo 25, 2020 a las 05:16 pm
Mi padre llama a mi línea telefónica: “Hijo, ¿cómo estás? Oye, es verdad que están repartiendo mercados a los que tengan un trapo rojo en las casas; aquí en el parque hay un poco de gente ya. Dicen que el camión está cerca”.
Mi papá, como otros esperanzados residentes, confiaba en el mensaje replicado, una y otra vez, por Whatsapp la tarde del lunes en Valledupar. No. Fue una más del cúmulo de notas de voz enviadas por esta aplicación, que si bien es utilizado para contrarrestar la distancia, hoy lastima los sentimientos de miles de inocentes agobiados por la emergencia desatada por la propagación del COVID-19, en todo el mundo.
El precio de un error fácilmente cobra un disturbio y enfrentamientos con las autoridades, como ocurrió en Pereira donde un grupo de habitantes se aglomeró a las afueras de la alcaldía al conocer sobre una supuesta entrega de ayudas por redes sociales. Todo provocado por una noticia falsa.
Hoy las calles siguen teñidas por sombras rojas: trapos, camisetas, gorros de navidad, pañuelos, vestidos y así, lo que sea rojo para identificarse como necesitado, como víctimas de una guerra. Los trapos están en casi todos los barrios del sur, norte y noroccidente de la ciudad, sin importar que la Alcaldía y la Gobernación hayan desmentido tal beneficio.
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Vendedores de jugo, Bonice, chance, tapabocas, fritos, minutos y hasta ancianos salieron a las calles de Valledupar el martes 24 de marzo, justo cuando el pánico invadía el pensamiento de muchos que no viven del día a día y piden una solución para sobrevivir durante los 19 días de aislamiento obligatorio, ordenado por el presidente Iván Duque.
Consignaciones millonarias, pagos de recibos de servicios públicos, retiros de dinero y asistencia técnica eran los motivos de quienes rompieron la cuarentena para salir a la calle.
La ciudad estaba fuera de métrica, parecía como si el llamado de los gobernantes no tuviese eco entre los rebeldes, sin embargo, la noticia de un nuevo caso de contagio llegó y entonces aparecieron las medidas drásticas por Policía, Ejército y Alcaldía.
El primero fue el gobernador Luis Alberto Monsalvo. Fue radical en sus constante publicaciones de Twitter al insistir, persistir y advertir sobre la única vacuna contra el COVID-19: “Quédate en casa”.
El alcalde de Valledupar, Mello Castro González fue más allá y exhortó a imaginarse la muerte por culpa de este coronavirus.
Con esto y la intervención de la Policía Nacional comenzó a mejorar el panorama. El comandante de dicha institución en Cesar, Jesús Manuel de los Reyes, confirmó la amonestación a 80 personas hasta las 12:00 del mediodía de este martes 25 de marzo.
De todos depende frenar el COVID-19, la única forma de neutralizar su alto rendimiento contagioso es quedándose en casa, cuidando de cada uno con el lavado de manos, usar tapabocas en caso de tener síntomas de gripe y evitar el contacto social entre sí. Todo tiene solución y esta no es la excepción, pero primero resguárdate como lo piden las autoridades y organizaciones de salud en el mundo.
Como remembranza dejo este episodio en Macondo, un caso muy particular al trapo rojo que todavía he visto en las calles de Valledupar, que unos malintencionados grabadores de mensajes hacen correr por cadenas en Whatsapp.
Cuando José Arcadio Buendía se dio cuenta de que la peste había invadido el pueblo, reunió a los jefes de familia para explicarles lo que sabía de la enfermedad del insomnio, y se acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones de la ciénaga. Fue así como les quitaron a los chivos las campanitas que los árabes cambiaban por guacamayas, y se pusieron a la entrada del pueblo a disposición de quienes desatendían los consejos y súplicas de los centinelas e insistían en visitar la población. Todos los forasteros que por aquel tiempo recorrían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos supieran que estaban sanos. No se les permitía comer ni beber nada durante su estancia, pues no había duda de que la enfermedad sólo se transmitía por la boca, y todas las cosas de comer y de beber estaban contaminadas por el insomnio. En esa forma se mantuvo la peste circunscrita al perímetro de la población. Tan eficaz fue la cuarentena, que llegó el día en que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir.