Por: Equipo Primera Linea


Mis redes




Comparte esta noticia

“Leandro Díaz deja de llorar y suspirar el día que muera”

29 septiembre, 2022

El hombre que veía con los ojos del alma, fue un ser al que las áridas tierras de La Guajira, pareciese haberle sembrado un oasis en su mente.

leandro-vallenato-homero-provincia-amylkar-acosta


Última actualización septiembre 29, 2022 a las 07:04 pm

Por WILLIAM ROSADO RINCONES (q.e.p.d)

Así fue, como lo predicó esa canción: “A mí no me consuela nadie”, este portentoso invidente sabía que su desventajosa discapacidad física le marcaba la diferencia en materia amorosa frente a otros pretendientes de las mujeres de la provincia, pero aun así, la dulzura melódica de sus letras, era su recursivo, “As bajo la manga”.

Solamente así, como premonitoriamente lo cantó este ‘Cardón Guajiro’, dejó de llorar y suspirar, con su muerte. El hombre que veía con los ojos del alma, fue un ser al que las áridas tierras de La Guajira, pareciese haberle sembrado un oasis en su mente, en donde florecían letras y melodías que dieron a conocer las penurias y los amores de este Homero provinciano, al que le tocó vivir una infancia discriminatoria hasta en su seno familiar.

TE INTERESARÍA LEER: Novela de Leandro Díaz podría ser suspendida: Juzgado admite tutela por derecho a la intimidad

Leandro Díaz Duarte, fue tal vez el último juglar del vallenato, se fue a la eternidad a reunirse con ‘Toño’ Salas, su batallador perenne del acordeón, con quien surcó caminos de inhóspitos desafíos, para que la gente conociera su obra, esa que se había empeñado en mostrar desde cuando tenía 7 años, buscando sacudir el lastre de su pobreza y de su misma condición física.

“Natural es aquella persona que sin estudio también se defiende” otra frase suya, cargada de sabiduría popular plasmada en una canción, tal vez por eso, sin haber adelantado ningún proceso formativo en parasicología, Leandro fue adivino, buscando con eso llamar la atención para salir no sólo del oscuro túnel de su invidencia, sino del mismo abandono de su círculo afectivo.

Pero, su verdadera emancipación la encontró en la música, musa que le comenzó a llegar desde cuando palpaba el aroma de las mujeres que acudían al ‘consultorio’ del ciego quiromántico.

Sí bien, Leandro afloró entre tunas y cardones en Altopino, región de Barrancas, La Guajira; sus raíces musicales absorbieron la esencia de la popularidad en Tocaimo, en las propias faldas de la Serranía del Perijá, región, de San Diego, pueblo al que se fue a vivir posteriormente, en ese trance, una imaginaria Hada, emulando a la mitológica ninfa Eco, le repetía insistentemente en las faldas de los cerros, esas estrofas que caminarían posteriormente al Olimpo de la fama, allí en ese entorno, los ojos de su alma visualizaron la vitrina de su óptica musical.

A los 17 años comenzó sus primeras giras acompañado de una dulzaina y una guacharaca, instrumentos con los que le daba moldura a sus versos, una estructura que le permitió ganarse la confianza de los conductores que lo transportaban, a quienes les pagaba el pasaje con canciones.

Cuando el vallenato apenas asomaba a los linderos de la popularidad, los creadores criollos de música tenían que soportar un acoquinamiento que ahora se llama:
«Bullyng”, porque la sociedad abanicaba los calores del Valle con los aires foráneos que imperaban y que a veces los mismos pudientes de la plaza, ejecutaban en sus pianos de cola.

Por eso, Leandro Díaz en su apartheid, comenzó templando sus cuerdas vocales entonando rancheras, y de su dulzaina emanaban raudos los mambos de Pérez Prado, con cuyo repertorio amenizó muchas parrandas y bailes.

TE INTERESARÍA LEER: Historia del papá y hermana de Leandro Díaz: ¿real o falsa?

Lo hacía para no alejarse del gusto dominante, mientras que por debajito, iba armando su estructura vallenata con la que contra atacó junto con otros juglares, para desterrar a los forajidos aires, de este entorno parrandero con aroma de tragos y serenatas.

La primera canción la hizo a los 17 años: La Loba Ceniza, obra que apareció posteriormente como de la autoría de Abel Antonio Villa, uno de los primeros ‘raponazos’, de los muchos que le hicieron a su catálogo, a lo que no le prestaban atención dentro de un folclor donde la parte económica para entonces, no representaba ninguna prebenda.

Así, grosso modo, arrancó este baluarte que se apoderó del sentimiento para encarnar melódicamente, procesiones de amores y desengaños, y que también pincelaba el paisaje natural con el óleo de un olfato cargado de empirismo ancestral.

Por eso, hoy y por siempre la reverencia para Leandro Díaz hay que hacerla, cada vez que se escuche unas de estas canciones: ‘Matilde Lina’, ‘La Diosa Coronada’, ‘El Bozal’, ‘El Cardón Guajiro’, ‘Olvídame’. ‘La Loba Ceniza’, ‘La Gordita’, ‘Misterio’, ‘Donde’, ‘Dos Papeles’, ‘El Verano’, ‘Dios no me deja’, ‘Como yo no hay dos’, ‘Yo comprendo’, ‘La historia de un niño’, ‘A mí no me consuela nadie’, ‘Soy’, ‘El negativo’, ‘Quiéreme’ ‘La Parrandita’, ‘Mi memoria’, ‘Fui de tu alma’, ‘La Contra’, ‘Olvídame’ y ‘Preciosa mujer’ entre otras. Loas al alma del maestro.