Está pasando algo grave, todos lo saben y lo asimilan, pero ninguno se atreve a cambiar el momento y por ende la historia. ¿Le tocará a Silvestre?
Un día le escuché una frase a mi tío Alejandro Jiménez para referirse a la música vallenata grabada por las nuevas generaciones: “ahora hacen es puro icopor”.
Desde aquella noche cuando el hombre oriundo de Arjona, corregimiento de Astrea, Cesar, habló en esos términos supe que algo estaba pasando. Al indagar sobre su sarcasmo le entendí que arreglos, canto, melodías y canciones no perduraban ni en los pueblos, donde cualquiera graba y pega. Incluso los imitadores.
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Lo preocupante de todo es la manera de organizarse. Ya los nombres no son importantes, eso parece desde que un día llevan a un músico y al otro baile buscan a otro. Así se la pasan cambiando bajistas, guitarristas, cajeros, guacharaqueros, entre otros que al final tampoco se hacen sentir. Aunque el hueco más grande, para mí, se siente en el acordeón.
Los estilos se perdieron, por eso no hay nuevos Israel Romero, Emiliano Zuleta, ‘Cocha’ Molina, Beto Villa, Pangue Maestre, Juancho Rois, Omar Geles. Esta reciente camada de acordeoneros se quedó en el fan, fan, fan, fan, o mejor, se estancaron tratando de imitar los gestos de Juancho De la Espriella o la velocidad de Rolando Ochoa.
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Una culpa tripartita si hablamos en términos de contratación. El cantante escoge lo que sea, el acordeonero toca cómo sea y el público, efervescente por el género, escucha sin filtro.
Digo Silvestre Dangond porque en cada reunión, estudio o círculo musical solo escucho: “eso lo hizo Silvestre”, “Silvestre no quiso”, “a Silvestre no le gustaba”, la mayoría de jóvenes sin conocerlo, sin palparlo y menos saber su historia más crítica, como cuando una noche Rolando Ochoa le advirtió no seguiría en su agrupación y ahí estalló ‘la revolución’, tienen a Dangond entre ceja y ceja. Es su referente.
Pero existe un ramillete de acordeoneros, algunos reyes del Festival Vallenato, a la deriva sin una oportunidad para hacer proyectos garantizados en calidad y, de pronto, en producciones, aunque en la música no hay nada escrito, sino pregunte por la leyenda de un estudiante de medicina de nombre Kaleth Morales.
Los nuevos han tenido infinidades de oportunidades y qué pasó, la desecharon como cualquier carro de basura que abre su tapa dejando caer los residuos al relleno sanitario. Casos como Lucas Dangond son excepcionales porque supo aprovechar el respaldo de Silvestre y dio un salto en marzo de 2021 que hoy lo mantiene como figura donde Elder Dayán Díaz.
La economía aparece entonces en estas decisiones y todo porque a unos jóvenes les pagan entre $500.000, $700.000 o hasta un millón de pesos, pero un acordeonero ‘jugado’ le vale $2 y hasta $5 millones por presentación, eso los hace inllamables y hasta intocables según el concepto de cantantes o managers.
Entonces pregunto ¿por qué los cantantes le temen a grabar con acordeoneros de experiencia? Formalizando un proyecto es ganancia para ambos y el efecto es rebote para el folclor, demacrado, golpeado y lacerado día a día con tanto icopor saliendo de las fábricas denominadas estudios en Colombia.
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