Compuso sus canciones y marcó un estilo más que literario entre las nuevas generaciones del vallenato. Su dinastía es una de las más reconocidas en la región.
Rosendo Romero nació dos veces según sus propias palabras: la primera biológicamente el día 14, segundo domingo de una tarde de junio de 1953, y unos meses después al caer su mamá por un abismo arrastrada por el estribo de una mula con la que atravesaba la Sierra Montaña, en Villanueva.
El animal resbaló por el fuerte invierno de la época, Ana Antonia Ospino Campo, la Vieja Nuñe, quedó enganchada y como pudo se sacó al niño de los brazos para no arrastrarlo con ella al precipicio. Atrás de ella venía un hachero, Samuel Martínez, quien saltó de su potro y recogió al bebé para que no lo pisaran otros animales mientras al fondo del barranco se escuchaba la algarabía de palos rotos y los gritos de una mujer que suplicaba: “mi hijo, mi hijo”.
De caer por aquel barranco el vallenato hubiera perdido un gran artista que hoy se autodenomina como ‘el poeta del camino’, porque en sus primeros años lo que menos le pasaba por la cabeza a Rosendo era ser compositor. Quizás acordeonero, ya que su padre, Escolástico, era toda una eminencia para tocar el instrumento en La Guajira.
Como todos sus cinco hermanos varones aprendió a tocar el acordeón a muy temprana edad. Nadie le enseñó, solo veía a su papá y las notas que se repetían en su mente muy juicioso las buscaba entre las hileras de botones de ese instrumento de viento.
Rafael, el mayor, fue primero, luego Norberto, siguió Misael, Rosendo y el último en aprender fue Israel. Fueron ellos los primeros en compartir conocimientos, notas y estudios con los hermanos Zuleta. Escolástico Romero terminó siendo como padrino de Emiliano Zuleta Díaz, nada más que el hijo mayor de Emiliano Zuleta Baquero y Carmen Díaz.
Luvis, Omaida y Dolbis, las mujeres de la casa Romero Ospino no asumieron el compromiso con la música.
Los Romero se convirtieron en una fábrica de buenos músicos. A diario se compenetraban con Alberto ‘Beto’ Murgas, quien años después se convirtió en uno de los mejores compositores; con Andrés ‘El Turco Gil’, el mismo que llevó el vallenato a La Casa Blanca; de Egidio Cuadrado, el rey vallenato y compañero de Carlos Vives; siempre había un colegaje y esa permanente interacción de los que eran, los músicos de Villanueva.
Rosendo acostumbró su oído a escuchar a los mejores: la orquesta de Reyes Torres, el acordeón de Emiliano Zuleta Baquero en las parrandas con Poncho Cotes y Andrés Becerra; un mano a mano de Alejo Durán y Colacho Mendoza en la casa de Enriquito Orozco; o a Gustavo Gutiérrez en la casa de Juan Félix Daza, que eran especies de mecenas en la música, que rompían con ese esquema que el club social solo presentaba orquestas. Se metió entre los caciques del pueblo, quienes manejaban economía y un estatus social entre la sociedad, así era que se daban el lujo de llevar los juglares para parrandear y amanecer bebiendo trago, comiendo e interactuando con ellos. A ese tipo de acordeoneros no los veía ni en la televisión, ni el cine, y si tenía la oportunidad era solo de escucharlos en una vieja grabadora de su mamá.
No era solo música. Rosendo era un labriego y andariego. En su hablar, así como vivencias, muestra que esperaba las cosas del destino, siempre fue a buscarlas. Así se paseaba en el cerro Pintao, allí donde se ubica la Sierra Montaña, la misma donde dice volvió a nacer, la misma donde de tanto escuchar, escudriñar y aprender de hacheros, campesinos, recolectores de café, engrandeció su universo literario.
“La inteligencia natural se la da Dios a uno, que es lo que se conoce como el talento; y la vivencia de los lugares, el entorno, las experiencias, es lo que uno tiene para emplear ese talento, para desarrollarlo”, dice.
Así encontró que su primera maestra para inspirarse y hacer música fue la sierra Montaña, allí comenzó a visualizar la poesía, a mirar en los pájaros que cantaban sobre las ramas, en el caballo que relincha en el pajonal, la paloma que vuela del nido y se queda atenta esperando si alguien va a tocar sus huevos, o tocando el agua cristalina sobre sus manos. “Yo viví en un paraíso que me ayudó a crecer de la manera más sana”.
Arrancar de la rama una fruta madura mojada por la lluvia y comérsela, es una escena recordada a diario por su mente. Así considera esas vivencias campesinas que, para él, tienen mayor valor que pararse en la esquina de un semáforo a esperar que cambie de color.
Su propósito en la música
Los hermanos Romero todos nacían con el acordeón sobre su pecho. Escolástico, el patriarca, se hizo un personaje tocando y sus hijos querían emularlo. “Cuando íbamos a tocar un bingo en el colegio de las monjas, hasta lo hacíamos de gratis con la oportunidad de que nos vieran y poder mostrar el talento”, rememora ‘Chendo’, como lo llaman amigos del pueblo.
Todos aprendieron a ejecutar no solo el acordeón, también las congas, la caja, la guacharaca y así, como músicos profesionales pasaban por patios, colegios, plazas públicas y demás sitios que les permitían tocar una pieza.
¿Acordeonero o cantante? Rosendo y su hermano Misael eran los líderes, pero creció su hermano Israel y los aventajó tanto que cada uno tomó camino aparte. “Cuando Israel coge y nos aventaja a todos, porque tiene un talento superior, decidimos echarlos a él adelante y nosotros quedarnos atrás. Misael no quiso integrar más el conjunto de Los Romero y armó su conjunto aparte, con gente de su edad porque era el mayor, yo me quedé cantándole a Israel”.
Un canto para décadas de poesías
Una mañana, en su casa en el barrio El Cafetal de Villanueva, cuando su hermano Noberto se bañaba sobre unas piedras y la tierra húmeda del patio de la Vieja Nuñe escuchó a Rosendo cantar una canción, unos días después le pidió que se la cantara en una grabadora. Lo que no imaginó Rosendo era que esa se convertiría en la primera obra que aparecía en un LP, con su rubra autoral:
Aquí está el son que tú me habías pedido
vengo a cantarlo dulce amada mía
Del acordeón de triste melodía
Que ejecutaban los artistas viejos
Sublime son del ciego Leandro Díaz
La despedida y un patillalero
Ya se cumplieron 47 años desde que le grabaron ‘La custodia del Edén’, su hermano Norberto Romero con el canto de Armando Moscote, en el álbum ‘El hachero’.
En 1975 decidió irse de Villanueva. Cartagena su nueva casa. Ese año, Israel consiguió una oportunidad para grabar un LP, pero se llevó a Daniel Celedón para que cantara. Rosendo quedó como noche sin estrellas.
Al no ser acordeonero, ni cantante, decidió seguir siendo compositor, aunque nunca pensó lo que estaba haciendo iba a gustar.
“Yo quería conocer el pavimento, los automóviles y estaba leyendo un libro que se llama ‘Chambacú, corral negro’, del maestro Manuel Zapata Olivella, entonces me fui a Cartagena a conocer ese barrio y lo encontré. Allí vivían negros antillanos, en el terreno que hoy es Palenque. El gobierno no los asistía en nada”.
Lo asustaban que lo llamaran el poeta. No creía, como estaba recién salido de la montaña, pensaba que solo se encontraban en la gente de la ciudad.
Siguió haciendo y entregando canciones. ‘Compañera del alma’, que se la grabaron Israel Romero y Daniel Celedón; ‘La caída’, Chongo Rivera con Anselmo Gámez; y en 1976, Jorge Oñate le grabó ‘Noches sin luceros’, su primer gran éxito nacional. Paradójicamente venía de ser eliminada del Concurso de Canción Inédita del Festival Vallenato, en Valledupar. Ese año el ganador fue Santander Durán Escalona con ‘Lamento arhuaco’.
Un año después de tomar un sorbo de fama la vida lo golpeó tan duro que terminó en una clínica de reposo. Murió Escolástico, su vida entera, entonces fue difícil para el joven de 24 años superarlo por sí solo.
“Mi papá alcanzó a escuchar ‘Noches sin luceros’, ‘Sueños de conquista’, y él se quedaba callado. Yo me daba cuenta, pero no me decía nada porque estaba dimensionando lo que estaba pasando. Mi papá se muere en 1977, fue para mí muy traumático, un instante que no pude superar, estuve incluso en una clínica de reposo; fui tratado por un siquiatra muy bueno, con el tiempo yo mismo generé los mecanismos de defensa que se necesita para eso. Hoy en día recuerdo con alegría a mi papá y agradezco mucho tener un músico como padre”.
Médico no, compositor
El año que se fue Escolástico, Rosendo desolado y abatido por el golpe, partió a Barranquilla y un año después ingresó al Colegio Carlos M. Palacio de la Universidad Libre, en 1979 se graduó como bachiller y luego se inscribió en la facultad de Medicina.
Las moléculas, tejidos y músculos no eran para Rosendo. Eso lo vio Luis Insignares, quien le pidió se inscribiera en otra cosa y siguiera con su poesía. “Yo pensé cómo descuartizando cadáveres seguía haciendo poesía. Yo no estudié eso”. Así fue como aterrizó en la Universidad Autónoma del Caribe, en 1979, y anotó su nombre en la facultad de Sociología. Cursó tres semestres.
“Estaba haciendo una carrera muy hermosa y decorosa. Pero cometí el error más viejo que se comete en este mundo; me enamoré de una mujer, nos casamos y ahí quedó la carrera”.
Como todo un trotamundos, partió de la capital del Atlántico hasta Bogotá, donde no le fue bien. Regresó a Barranquilla y tuvo sus dos primeros hijos, María Eligia y Juan David, sin embargo, el matrimonio se hundió en un río sin puente. No lo pudo sacar a flote.
Se fue y aterrizó en Maracaibo con su hermano Israel, luego pasó a Ibagué, de ahí a Fusagasugá y terminó en Valledupar, con las manos vacías, pero el corazón siempre lleno de canciones.
Algo faltaba para consolidar su nombre y fue convencerse de que era ‘el poeta de Villanueva’. Dos eventos hicieron que lo creyera. Uno, cuando estaba componiendo la canción ‘Sueños de conquista’, que la grabó el Binomio de Oro de América; y el otro, cuando recibió homenaje en Arjona, Bolívar, su colega Adolfo Pacheco, explicó ante el público por qué deberían considerarlo un poeta y así acogió ese nombre, porque antes era ‘el poeta del camino’ o ‘el compositor espiritual’.
“Soy un poeta dentro de la música vallenata que le he aportado a la música dentro del campo lírico, la poesía y el trabajo de los géneros, que los compositores vallenatos empleamos para hacer nuestras canciones. Como compositor incorporé a la música vallenata muchos elementos armónicos que no estaban. Por ejemplo, el canto largo, ese tipo de alargar la melodía no existía en la música vallenata. Rafael Orozco y Diomedes Díaz tenían una ventaja y era que ellos no le cambiaban un pelo a la melodía”.
El sombrero que luce, casi siempre, es un homenaje a Carlos Huertas, compositor y guitarrista. Fue uno de los que yo visitaba personalmente en su casa, me orientaba, me instruía en el arte. Es una forma de rendirle homenaje.
Rosendo tiene enumerados los mejores momentos de su vida. Ejemplo, se ganó de regalías $5.000 pesos en la primera canción que le grabaron. Viajó a Maicao y compró una grabadora Silver, una guitarra china, un reloj Orient y un perfume jean nate. Y le sobró plata para regresar a Villanueva.
Desde ese momento aprendió a tocar guitarra y a componer en ella: hizo canciones como ‘Romanza’, ‘Villanuevera’, ‘Tu dueño’, que tienen un concepto musical completamente distinto al que se venían haciendo por los grandes juglares.
A su vida le faltaba hacer una canción a Dios y se la hizo, además de componerle una canción a su mamá y también cumplió el propósito; se llama ‘Esa estrella es mi madre’, publicada en el álbum ‘Música para el amor’, lanzado al público durante el Festival de la Leyenda Vallenata, que en su versión 45, le rindió homenaje a Rosendo Romero.
Le gusta que también lo reconozcan como el cantor de las navidades porque hizo la primera canción con un mensaje de navidad en el vallenato, que se llama ‘Mensaje de navidad’, grabada por Diomedes Díaz y Colacho Mendoza.
Al final, el talento literario como decía el compositor Nicolás Bolaño, ese es el don de un poeta como Rosendo.
Árbol genealógico
Escolástico Romero – bisabuelo (líder de la dinastía)
Rosendo Romero Villareal – Abuelo
Escolástico Romero Villareal y Ana Antonia Ospino Campo (padres)
Rafael, Norberto, Misael, Israel, Luvis, Omaida, Limedes y Dolbis (hermanos)